En el 2007, trabajaba como Director de Contenidos del
programa High School Musical de Disney. Esa posición hizo que fuera invitado a
la premier de la última película de Disney-Pixar de entonces “Ratatouille”. Aun
siendo una película de animación (como si esto fuera algo malo) esta película
se colocó en mi top ten hasta hoy. Su historia me cautivó.
SPOILER ALERT: voy a hablar sobre algunos momentos de la
película, así que, si aún no la viste, pues aprovecha y échale un ojo. No te
arrepentirás.
Pensaba hace un par de días en la película y creo que Dios
me llamó la atención hacia uno de sus personajes. No hablo de la rata chef, ni
el atolondrado Linguini, ni del villano Skinner, ni de ningún pariente roedor
del protagonista. Hablo de una víctima que vive en una cárcel y que, antes que
la película acabe, sigue sin esperanzas de libertad. Es Anton Ego: el lúgubre y
temido crítico gastronómico.
Anton es algo así como el top top de los críticos. Su
reseña puede llenar tu restaurante o hundirlo. Al principio de la película, se
plantea el conflicto de Anton: Odia al Chef Gusteau (a pesar que ha ganado
estrellas Michelin) por sacar un libro que lleva por título su lema “Cualquiera
puede cocinar”. Esto, para el selectivo y amargado Anton, es un sacrilegio.
Una hora de película después, llega el momento tan temido:
Linguini, el nuevo chef de Gusteau´s adquiere fama y Ego va a testearlo.
Claro,
no sabe que el verdadero cocinero es una rata. Así que Anton entra en el
restaurante que tanto detestaba, esperando que nada, realmente, lo sacuda. Se
ha acostumbrado tanto a su cárcel de amargura que odia a todos y a todos y no
espera nada bueno de nadie. Todos en el restaurante ponen sobre los pequeños
hombros de la rata chef el que cocine un plato que le guste a Anton y la rata,
para asombro de todos, escoge el plato más corriente de la cocina francesa: “Ratatouille”.
Como si fuera una broma de mal gusto o el hurgar en la herida de alguien
lastimado.
Muchos años antes, bastante al sudeste de allí, alguien
sorprende a sus amigos con un cambio de intinerario. Es Jesús que va de Judea a Galilea, pero que decide pasar por Samaria. ¿Por qué? Porque le era necesario.
Obviamente a ningún otro le gusta esa idea: Judios y
samaritanos se odian más que los simpatizantes de Boca y River en mi país. Su
desacuerdo lleva siglos. Los samaritanos, cuya sangre se ha mezclado con la de
los asirios, son considerados indignos. Los judíos prefieren ir por el largo
camino que rodea la región que pasar por ella. Jesús, no. Él tiene algo que
hacer allí. Cuando los apóstoles se van por comida, Jesús aguarda junto a un
pozo de agua. Al poco tiempo llega una mujer. Está cansada, está agobiada, está
amarga. Su pureza y esperanza se desvanecieron con los años y cinco relaciones
con hombres que fueron empeorando hasta llegar al grado de convivir con uno, a
riesgo de ser apedreada. Es una mujer en prisión. Esta encadenada al dolor del
pasado, al temor del presente y a la negación de un futuro. Ni siquiera tiene a
Dios, que parece ser exclusivo de los judíos. Ella va al pozo a buscar agua
sola, sin nadie que la acompañe, sin nadie que la alegre.
Jesús le pide agua, pero es solo una excusa para iniciar la
conversación, que lentamente lleva a la mujer al lugar donde Dios la quiere
tener. La mujer no se da cuenta que está hablando con su creador y salvador,
está demasiado amargada con la vida. Pero la Verdad se va colando entre las
quejas y de pronto, la luz del sol comienza a iluminar la mazmorra de dolor
donde vive el alma de esta samaritana. Al final solo le queda una conclusión
posible: las cosas que este hombre le está diciendo solo podrían venir de un
profeta o…Entonces Jesús mete el dedo en la herida, pero para sanarla y las
paredes de amargura que encarcelaban a la mujer caen como hojas en otoño. Dios
se ha tomado la molestia de buscarla en su soledad y el salvador está haciendo
lo que vino a hacer al mundo: salvándola. La enojada mujer que llegó al pozo
ahora es una niña alegre que corre a su pueblo, gritando que ahí está sentado
el Mesías. Y que le dijo todo lo que había hecho (incluso el vivir con un
hombre sin casarse) pero olvida lo más importante, lo que no le dijo: No la
condenó.
Lo que nos lleva a Anton. Este recibe el plato de humeante Ratatouille
que mira con desdén y lo lleva a la boca mientras prepara su pluma para
escribir una terrible crítica en su agenda negra.
Pero al entrar el bocado, su mente vuela muchos años atrás,
donde un Anton de diez años está parado en la puerta de su casa, llorando,
herido, al haberse accidentado con su bicicleta. Y luego llega el dulce
recuerdo que trae luz a su vida: su mamá consolándolo compartiéndole un plato
de Ratatouille que hizo que uniera ambas cosas en su mente: el amor de mamá y
una buena comida.
Regresamos al presente y por primera vez, vemos a Anton
derrotado ante el sabor del plato, degustándolo otra vez como aquel niño que
fue.
Esa noche escribe su crítica (uno de los momentos más
bellos e introspectivos de la película) la cual acaba así: “No puedo imaginar un origen más humilde de quien cocina en el
restaurante Gusteau quien, a juicio de este crítico, es nada menos que el mejor
chef de Francia”
Anton está hablando de una humilde rata que ama cocinar y
que ha transitado una gran aventura para llegar a ese momento.
Yo no puedo imaginar origen más humilde que el de Jesús:
naciendo en un pesebre entre trapos llenos de estiércol y animales, en medio
del frío y soledad, rechazado por todos. Y todo esto siendo el rey del
universo. Ese rey que vino al mundo y en su agenda no olvidó a una mujer a la
que nadie notaba, pero Jesús conocía. Así como en la película, la rata conocía
a Anton.
Y así como la mujer corría llena de alegría tras un
encuentro con el Señor, un Anton completamente colorido y feliz se sentaba en
su recién estrenado Bistro y degustaba el mismo plato de su ahora chef, la humilde
rata.
¿Sabes? Dios nos ha creado. Nos ha concebido, diseñado y
pensado a cada uno. Nos conoce en los más profundo. Allí donde, a veces, no
queremos que nadie nos vea, porque se esconden los errores, las frustraciones,
las agresiones, el desencanto, la amargura. Y todo eso forman paredes altísimas
que nos aprisionan. Y podemos caer en la mentira que ese es nuestro legítimo
hogar y vivir así. Pero Jesús vino a salvar lo que se había perdido. Y él tiene
la llave de nuestra libertad.
Al final de la película, el mesero le pregunta a Anton si
quiere algo de postre. Anton, que ya no para de sonreír, voltea a la puerta de
la cocina desde donde el chef lo está observado y le grita feliz y esperanzado:
¡Sorpréndeme!
Y hoy, el Rey de Reyes, mi creador y formador, mi redentor,
me hace una pregunta parecida que esconde el amor más grande imaginado:
¿Qué quieres que te haga?
Y yo puedo contestar con toda confianza y seguridad en
quien aguarda mi respuesta:
¡Sorpréndeme mi Dios, sorpréndeme!
Pablo D. Monlezun
REFERENCIAS BIBLICAS:
JUAN 4
ISAIAS 43
LUCAS 18
"Ratatouille" pictures and characters are property of Disney"
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