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viernes, 22 de mayo de 2020

¡SORPRÉNDEME!



En el 2007, trabajaba como Director de Contenidos del programa High School Musical de Disney. Esa posición hizo que fuera invitado a la premier de la última película de Disney-Pixar de entonces “Ratatouille”. Aun siendo una película de animación (como si esto fuera algo malo) esta película se colocó en mi top ten hasta hoy. Su historia me cautivó.



SPOILER ALERT: voy a hablar sobre algunos momentos de la película, así que, si aún no la viste, pues aprovecha y échale un ojo. No te arrepentirás.

Pensaba hace un par de días en la película y creo que Dios me llamó la atención hacia uno de sus personajes. No hablo de la rata chef, ni el atolondrado Linguini, ni del villano Skinner, ni de ningún pariente roedor del protagonista. Hablo de una víctima que vive en una cárcel y que, antes que la película acabe, sigue sin esperanzas de libertad. Es Anton Ego: el lúgubre y temido crítico gastronómico.



Anton es algo así como el top top de los críticos. Su reseña puede llenar tu restaurante o hundirlo. Al principio de la película, se plantea el conflicto de Anton: Odia al Chef Gusteau (a pesar que ha ganado estrellas Michelin) por sacar un libro que lleva por título su lema “Cualquiera puede cocinar”. Esto, para el selectivo y amargado Anton, es un sacrilegio.




Una hora de película después, llega el momento tan temido: Linguini, el nuevo chef de Gusteau´s adquiere fama y Ego va a testearlo. 
Claro, no sabe que el verdadero cocinero es una rata. Así que Anton entra en el restaurante que tanto detestaba, esperando que nada, realmente, lo sacuda. Se ha acostumbrado tanto a su cárcel de amargura que odia a todos y a todos y no espera nada bueno de nadie. Todos en el restaurante ponen sobre los pequeños hombros de la rata chef el que cocine un plato que le guste a Anton y la rata, para asombro de todos, escoge el plato más corriente de la cocina francesa: “Ratatouille”. Como si fuera una broma de mal gusto o el hurgar en la herida de alguien lastimado.



Muchos años antes, bastante al sudeste de allí, alguien sorprende a sus amigos con un cambio de intinerario. Es Jesús que va de Judea a Galilea, pero que decide pasar por Samaria. ¿Por qué? Porque le era necesario.

Obviamente a ningún otro le gusta esa idea: Judios y samaritanos se odian más que los simpatizantes de Boca y River en mi país. Su desacuerdo lleva siglos. Los samaritanos, cuya sangre se ha mezclado con la de los asirios, son considerados indignos. Los judíos prefieren ir por el largo camino que rodea la región que pasar por ella. Jesús, no. Él tiene algo que hacer allí. Cuando los apóstoles se van por comida, Jesús aguarda junto a un pozo de agua. Al poco tiempo llega una mujer. Está cansada, está agobiada, está amarga. Su pureza y esperanza se desvanecieron con los años y cinco relaciones con hombres que fueron empeorando hasta llegar al grado de convivir con uno, a riesgo de ser apedreada. Es una mujer en prisión. Esta encadenada al dolor del pasado, al temor del presente y a la negación de un futuro. Ni siquiera tiene a Dios, que parece ser exclusivo de los judíos. Ella va al pozo a buscar agua sola, sin nadie que la acompañe, sin nadie que la alegre.

Jesús le pide agua, pero es solo una excusa para iniciar la conversación, que lentamente lleva a la mujer al lugar donde Dios la quiere tener. La mujer no se da cuenta que está hablando con su creador y salvador, está demasiado amargada con la vida. Pero la Verdad se va colando entre las quejas y de pronto, la luz del sol comienza a iluminar la mazmorra de dolor donde vive el alma de esta samaritana. Al final solo le queda una conclusión posible: las cosas que este hombre le está diciendo solo podrían venir de un profeta o…Entonces Jesús mete el dedo en la herida, pero para sanarla y las paredes de amargura que encarcelaban a la mujer caen como hojas en otoño. Dios se ha tomado la molestia de buscarla en su soledad y el salvador está haciendo lo que vino a hacer al mundo: salvándola. La enojada mujer que llegó al pozo ahora es una niña alegre que corre a su pueblo, gritando que ahí está sentado el Mesías. Y que le dijo todo lo que había hecho (incluso el vivir con un hombre sin casarse) pero olvida lo más importante, lo que no le dijo: No la condenó.

Lo que nos lleva a Anton. Este recibe el plato de humeante Ratatouille que mira con desdén y lo lleva a la boca mientras prepara su pluma para escribir una terrible crítica en su agenda negra.


Pero al entrar el bocado, su mente vuela muchos años atrás, donde un Anton de diez años está parado en la puerta de su casa, llorando, herido, al haberse accidentado con su bicicleta. Y luego llega el dulce recuerdo que trae luz a su vida: su mamá consolándolo compartiéndole un plato de Ratatouille que hizo que uniera ambas cosas en su mente: el amor de mamá y una buena comida. 



Regresamos al presente y por primera vez, vemos a Anton derrotado ante el sabor del plato, degustándolo otra vez como aquel niño que fue.



Esa noche escribe su crítica (uno de los momentos más bellos e introspectivos de la película) la cual acaba así: “No puedo imaginar un origen más humilde de quien cocina en el restaurante Gusteau quien, a juicio de este crítico, es nada menos que el mejor chef de Francia

Anton está hablando de una humilde rata que ama cocinar y que ha transitado una gran aventura para llegar a ese momento.

Yo no puedo imaginar origen más humilde que el de Jesús: naciendo en un pesebre entre trapos llenos de estiércol y animales, en medio del frío y soledad, rechazado por todos. Y todo esto siendo el rey del universo. Ese rey que vino al mundo y en su agenda no olvidó a una mujer a la que nadie notaba, pero Jesús conocía. Así como en la película, la rata conocía a Anton.
Y así como la mujer corría llena de alegría tras un encuentro con el Señor, un Anton completamente colorido y feliz se sentaba en su recién estrenado Bistro y degustaba el mismo plato de su ahora chef, la humilde rata.

¿Sabes? Dios nos ha creado. Nos ha concebido, diseñado y pensado a cada uno. Nos conoce en los más profundo. Allí donde, a veces, no queremos que nadie nos vea, porque se esconden los errores, las frustraciones, las agresiones, el desencanto, la amargura. Y todo eso forman paredes altísimas que nos aprisionan. Y podemos caer en la mentira que ese es nuestro legítimo hogar y vivir así. Pero Jesús vino a salvar lo que se había perdido. Y él tiene la llave de nuestra libertad.

Al final de la película, el mesero le pregunta a Anton si quiere algo de postre. Anton, que ya no para de sonreír, voltea a la puerta de la cocina desde donde el chef lo está observado y le grita feliz y esperanzado: ¡Sorpréndeme!



Y hoy, el Rey de Reyes, mi creador y formador, mi redentor, me hace una pregunta parecida que esconde el amor más grande imaginado:

¿Qué quieres que te haga?

Y yo puedo contestar con toda confianza y seguridad en quien aguarda mi respuesta:

¡Sorpréndeme mi Dios, sorpréndeme!

Pablo D. Monlezun

REFERENCIAS BIBLICAS:

JUAN 4
ISAIAS 43
LUCAS 18

"Ratatouille" pictures and characters are property of Disney"

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domingo, 1 de julio de 2018

EL PILOTO





Si alguien me conoce, sabe que el viajar en avión no está en el primer puesto en mi lista de placeres. Y no se trata de las horas de espera en el aeropuerto ni de las horas de vuelo o del servicio a bordo, nada eso. 

Se trata de un problemita llamado turbulencia.

Hace años, un amigo piloto me explicó el porqué no tenía que preocuparme por ellas. Me contó todo acerca de la seguridad en los aviones, acerca de las estadísticas de los accidentes aéreos contra la de los accidentes automovilísticos y  puso mucho empeño en que yo lo entendiera.

Yo estaba muy feliz con mi nueva información hasta que llegó el siguiente momento de turbulencia en un vuelo cuando, extrañamente, olvidé completamente sus explicaciones y me limité como siempre a aferrarme a mi asiento, levantar mis pies del suelo (como si eso sirviese de algo) y orar prometiéndole a Dios toda clase de sacrificios espirituales si me sacaba con vida de ese momento…

Si eres un viajero frecuente en aerolíneas, te estarás cuando menos riendo de mi temor infantil. Yo mismo trate de analizar a qué le temía realmente, ya que, como cristiano, para mí, finalmente la muerte es ganancia.

Pensé que temía a marearme, pero, aunque discretamente siempre jalo la bolsa para mareos hacia mi asiento, eso nunca me ha pasado. Finalmente Dios me reveló mi problema: no tengo el control cada vez que el avión se eleva, dependo de un fulano que no conozco y de su habilidad para llevar ese pájaro de varias toneladas a salvo hasta su destino. 
Así que con mucho fervor le pedía a Dios que me curara de ese temor y el remedio no tardaría en llegar y con él, una gran lección:

Regresaba de la ciudad de Chiapas de hacer un casting. Era un día soleado con algunas nubecitas aisladas, nada preocupante. El avión despegó sin problemas a la una de la tarde y yo iba, relativamente tranquilo.

A los pocos minutos de despegar, el avión comenzó a sacudirse como si estuviera en medio de un huracán, algo que jamás había experimentado antes. Todos los pasajeros se pusieron lívidos. Alguno que otro comenzó a orar discretamente. Era como estar en una montaña rusa. Y lo peor es que no podía bajarme de ella. Entonces sentí como los motores bajaban su velocidad hasta que casi desapareció su sonido. La persona que iba detrás de mí murmuró: ¡Se apagaron los motores! Entonces el avión comenzó a zigzagear entre las copiosas nubes que nos rodeaban. Iba de un lado a otro como evadiendo bombas invisibles.



A los pocos segundos, salimos de la turbulencia. Los motores volvieron a rugir y en una hora llegamos a la Ciudad de México. En cuanto mis pies tocaron el aeropuerto, besé la primera pared que encontré.

Sin embargo eso no había sido todo lo que sucedió, porque guardé lo mejor para el final:

Mientras atravesábamos esa fuerte turbulencia, una extraña paz me invadió. Algo muy raro porque con mucho menos movimiento me había dado pánico en vuelos anteriores. 
La voz de Dios vino a mi mente muy clara: No te preocupes, Yo conduzco.

Entonces aprendí una de las enseñanzas más grandes de mi vida: Fulano no conducía el gran pájaro, Dios lo hacía y así, también mi vida...si yo le daba el timón.

Todo piloto aeronáutico comercial sabe una cosa: No puede prometer a los pasajeros un vuelo sin turbulencias porque las mismas aparecen en cualquier momento y lugar. Y así como en el aire, pasa también en la vida. Y eso es un hecho y le pasa a los pobres y ricos, educados y brutos, creyentes y ateos y a los pescadores…

Sucede que el grupo de fans de Jesús iban en la barca, rumbo a Capernaúm. Solo tenían que cruzar un pacífico lago. Ya saben, rutina. Todos iban como flotando en una nube, maravillados que tan solo unas horas antes habían presenciado el milagro de la alimentación de miles de personas con tan solo unos panes y unos pocos pececillos.

De pronto, sin aviso, el viento, que le será propicio y que los llevaba meciéndolos suevamente hacia su destino, cambia. Todo se vuelve un caos, las olas se agigantan y sacuden la barquita como si fuera una semilla que flota en el océano. Sus esfuerzos no los hacen avanzar y el peligro se vuelve mortal.

¿Le suena el momento? Así como la turbulencia sacudió mi vuelo sin aviso, los problemas suelen llegar de igual forma. Vivimos en un mundo caótico. Si pudiéramos ver y contar todos los cabos sueltos, a más de uno le daría un infarto de terror. Sobrevivimos por gracia. La economía mundial se balancea pendiendo de una delgada tela de araña. Los recursos se agotan. Locos con menos escrúpulos y moral que la cantidad de cabello de Vin Disel ocupan las sillas presidenciales con ejércitos a su disposición. Hay más enfermedades que hospitales, los jóvenes prefieren vivir el momento aunque este sea breve y la información que llega por toneladas desde el internet no hace más que llenar nuestra bolsa de preocupación y de un profundo sentido de pesimismo.

¿Y ahora que haremos? Pensamos. ¿Cómo saldremos de esta? ¿Quién tiene la solución? ¿Será que perderé mi trabajo? ¿Será que esa tos en el pecho de mi pequeño niño se está agravando? ¿Será que nunca encontraré a quien amar? ¿Acaso este avión se va a caer?

Y ante la amenaza repentina, muchas veces erramos por miedo. Corremos de acá para allá como gallinas sin cabeza, con la mente nublada porque no sabemos realmente que hacer, porque no tenemos el control. Como yo en el avión, o como  cuando iba en el auto de una amiga. Ella conducía y yo iba en el asiento de co piloto (un nombre tonto porque no se puede co pilotear desde ahí sin un volante) De pronto yo veía que iba a tomar una curva peligrosa (desde mi punto de vista) y la asustan a pidiéndole que moviera el volante o que tuviera cuidado. Ella, claro, me dio dos opciones: “O te pasas aquí y conduces o disfrutas el viaje y me dejas conducir a mí”

Hay unas calcomanías populares que dicen: 



Muy poéticas, si, pero tienen un gran problema de concepto: Si Dios es el co piloto, quiere decir que nosotros somos el piloto. Eso implica que tenemos una capacidad superior al Creador de todo para salir de los problemas. Y la verdad es que más bien nuestra habilidad reside en meternos en ellos

Como nuestro grupo de pescadores y fans de Jesús, que vanamente trataban de pasar la “turbulencia marina” y lo único que lograban era cansarse y acercarse más al desastre.

Entonces llega una voz. Se cuela entre el viento y el rugido del mar. Aún en al oscuridad y el caos, entre el miedo y la desesperación, reconocen una figura humana que viene caminando entre el temible oleaje. Como si les faltara razones para temer, ahora el grupo piensa que ve un fantasma. Pero el “fantasma” llega hasta ellos sonriendo y su sonrisa evoca recuerdos de miles de estómagos saciándose  sobre el pasto, de leprosos limpios y ciegos contemplando un atardecer. Es la voz de Jesús que les recuerda quien pilotea sus vidas y el universo entero:

-¡No tengan miedo! ¡YO SOY!

Y las olas desaparecen cuando él sube a la barca y el viento se transforma en una brisa agradable que le quita lo empapado por la caminata.

No te preocupes, Yo conduzco.

¿Sabes? En un auto, en un avión, en un barco y en nuestra vida hay un solo timón. Y por más experimentados que seamos, siempre habrá una tormenta más grande de lo que podemos manejar. Cuando esta estalle, quien lleve el volante será quien guie  al desastre o a la otra orilla.

¿Vamos a empecinarnos o se lo vamos a dar a aquel a quien aún las olas y el viento obedecen?

En mi siguiente vuelo, estaba yo sentado aguardando. El avión estaba en la pista esperando el ok para que los motores rugieran y el pájaro de acero se elevara, entonces me vino el recuerdo de esa gran turbulencia en el vuelo anterior. Antes que el temor se apoderara de mi mente, recordé al piloto de mi vida y como si lo hubiese evocado (y sé que lo hice) la voz de Dios volvió a  mi mente, pero esta vez con una invitación:

Pablo, confía en mí y vamos a volar.

Y es verdad, ¡volamos!



Pablo D. Monlezun

REFERENCIAS BIBLICAS:

JUAN 6
MARCOS 10
MATEO 8

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miércoles, 6 de abril de 2016

LA DIFERENCIA


                                                      
Son perras, son French y son mías. La de color blanco es Martina y vive en DF, México. La gris se llama Nina y vive en Buenos Aires, Argentina.
Son completamente diferentes en algo y no es solo su color.

                       

Martina no le teme a nada. Es capaz de trepar el monte más escarpado, de corretear un auto en medio de la calle y de ahuyentar a un Rottweiller si este se acerca a su plato de comida, a pesar de medir 45 centímetros y pesar 3 kg.

Nina es todo lo contrario. Le teme a todo: gente, perros grandes y minúsculos, hojas que se mueven, el viento que las mueve... y camas.

Mientras que Martina se sube de dos saltos arriba de una mesa, Nina duda en trepar una cama de 40 centímetros de altura.

Me llevó casi un año enseñarle a saltar hacia el colchón y aún hoy que  aprendió, es el miedo el que le juega malas pasadas. Cuando deja que su instinto actúe, sube como la cosa más natural del mundo. El problema es cuando lo “piensa”. La veo pararse frente al mueble y prepararse, entonces teme no llegar con el salto y recalcula y va a intentarlo y de vuelta a recalcular.

Resultado: se queda sin subir, llorando , creyendo que la cama, que esta a dos palmos sobre su cabeza, es el inconquistable monte Everest.

¿Por qué actúa así si su raza se caracteriza por su agilidad? Porque la pobre tiene miedo.

El miedo nos miente, nos paraliza. Disfraza cuarenta centímetros en diez metros para Nina. Para algunos de nosotros, transforma una deuda en una sentencia impagable. Una pérdida amorosa en el fin de la vida. Un despido laboral en la entrega del techo al banco. Un nubarrón oscuro en la tormenta perfecta.

El miedo aprieta nuestra mente como un ariete y las voces de los terrores infantiles nos acosan una y otra vez: Estás acabado. Ahora si la regaste. Nunca saldrás de esto.  Es el fin.

 ¿Cuántas veces por miedo no nos salimos de situaciones, lugares y compañías que nos dañan pero tememos que no hay nada más afuera? Tememos no poder volver a empezar y paradójicamente, perdemos tiempo y postergamos lo inevitable hasta el límite, solo para descubrir, ya golpeados, que siempre había una salida y todo eso por miedo.

Por miedo, Abraham estuvo a punto de dejar que violaran a su esposa.

Por miedo, los israelitas construyeron un ídolo de oro y lo adoraron a pesar de haber vivido su milagrosa liberación de Egipto poco tiempo antes.

Por miedo, los habitantes de un pueblo le pidieron a Jesús que se fuera a pesar de haber presenciado un gran milagro.

Por miedo, los apóstoles no reconocieron a Jesús cuando se acercó a ellos caminando sobre el agua.

Y muchas veces, por miedo, no logramos reconocer a Dios en nuestra vida, hasta que nos dice, como en esa noche en el lago: ¡Yo soy, no teman!

El miedo es el enemigo de la fe. Nos siembra la duda y sea cual sea la situación, el mensaje subyacente es el mismo: ¿será que Dios podrá sacarme de esto? Porque si no lo hace, entonces…Dios no me ama y si no me ama…estoy acabado. El miedo es una serpiente que nos hipnotiza y nos va tragando de a poco, hasta que nos puede llevar a la desesperación, en el punto donde podemos cometer todo tipo de errores garrafales.

Pero la buena noticia es que podemos dar vuelta la frase y descubrir al enemigo mortal del miedo: la fe.

Esa confianza absoluta e irracional que se basa en el poder y carácter de Dios, aquel que dijo que no nos abandonará, que nos bendecirá, que se fortalecerá en nosotros que somos débiles, que nos perdonará cada vez que estemos dispuestos a arrepentirnos. La fe no se basa en nuestra percepción de las cosas, sino en la Palabra de Dios que no cambia. Todo lo que dijo que haría lo hizo, por tanto, todo lo que queda por hacer también estará cubierto por Él.

El miedo  tortura nuestra mente haciéndonos ver todo desde nuestra limitación humana y porque en eso tiene razón: como humanos estamos sujetos a que las cosas puedan salir mal, ya que no tenemos el control . Por eso al miedo se lo debe enfrentar no con nuestros recursos humanos, sino con el poder infinito de Dios y con su amor incomprensible que se probó en la cruz donde Jesús, siendo inocente,  murió por cada uno de nosotros para que pudiéramos vivir. Por eso, traigamos su voz cada vez que el temor ruge contra nosotros: “Yo soy, no tengan miedo” Y demos ese salto sin tanto recálculo cuando oigamos esa voz de mando.

Como diría un viejo amigo: Si a Dios no se le cae el universo porque lo sostiene con su Palabra…¿Crees que no podrá sostenerte a ti?

Por supuesto que sí. Garantizado. Quizá no del modo que lo esperamos, pero será de la mejor forma. Simplemente porque Él es Dios. Eso hace toda la diferencia. 

Pablo M.


                               

                                                   Martina y su complejo de cabra...                            

REFERENCIAS BIBLICAS:

GENESIS 20
EXODO 32
1 SAMUEL 15
MATEO 25
LUCAS 8
JUAN 6

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martes, 8 de julio de 2014

EN MANOS DEL CAPITÁN


No cualquiera puede ser capitán de un barco. Un uniforme o una gorra no me hacen un capitán, solo me dan la apariencia de uno. Y las apariencias no sirven de nada. 



Mi papá lo confirmó cuando yo tenía seis años de edad y un día apareció en la casa con el uniforme completo del club de futbol River Plate  y me vistió: camiseta, pantalón, calcetines, botines y hasta el balón de River y me sacó una foto, augurándome una fructífera carrera en el futbol profesional. Yo me dejé sacar la foto, luego me quité el uniforme y regresé a jugar con mi nave espacial y nunca más me lo puse ni agarré un balón de futbol en toda mi vida.

No, un capitán de barco no se hace portando el uniforme, poniendo su nombre en la puerta del camarote sobre la leyenda “capitán” ni siquiera comprándonos nuestro propio trasatlántico para que nadie nos discuta el punto. Un capitán se hace en base al conocimiento sobre la navegación y la experiencia. Y para ambos se necesita tiempo.

¿Y cuál es el trabajo principal del Capitán? Hacer que su barco navegue a salvo hacia el destino adonde se dirige. 

Toda la tripulación y todos los pasajeros dependen de él y de su experiencia y pericia para que esto suceda. Por esto, los mejores capitanes son aquellos que siempre están alertas, que son responsables, que no le temen al mar pero que lo respetan y que siempre están alertas a todo lo que sucede en su barco y así asegurar un viaje exitoso.

Noé no era un buen capitán, de hecho nunca se había acercado a un barco en toda su vida. Sabía todo lo que debía saberse sobre agricultura, pero nada sobre navegación.

Cuando Dios decidió destruir a toda la humanidad con un diluvio, le dio a Noé indicaciones precisas para construir un barco adonde él, su familia y el zoológico más grande de la historia se salvasen de la inundación inminente. Y Noé obedeció. Como no tenía ninguna experiencia construyendo barcos, simplemente siguió al pie de la letra las indicaciones de Dios y construyó el arca. 

En el tiempo fijado por Dios, la lluvia comenzó, el agua subió, el arca empezó a flotar y el mundo a hundirse.  Quizá entonces, cuando estaban sobre las aguas turbulentas, Noé haya notado que en realidad, no había construido un barco. Lo que en realidad había construido era una balsa con techo. Un gigantesco salvavidas que llevaba la simiente de un nuevo comienzo.



Quizá alguno de sus hijos le preguntó a Noé sobre un pequeño detalle de construcción del barco:

“Hey pa… ¿Adonde esta él timón”

Noé, que nunca había visto un timón en su vida, se habrá quedado mudo mientras le daba de comer a los chimpancés y habrá consultado el manual de construcción, solo para darse cuenta que no llevaba un capítulo sobre timones.

“No hay timón, ni siquiera sé que es eso”-habrá respondido.

“¿Tonz como manejaremos el barco?-replicaría el chamaco, tan solo para recibir una encogida de hombros de parte de Noé y los monos.

El arca no tenía timón. No había ninguna forma de dirigirla hacia ninguna parte. Flotaba a la deriva sobre las aguas sin fin y cualquiera hubiera vaticinado lo peor: Sin manera de controlarla, el arca podría haber estado a merced del agua por demasiado tiempo, haciendo que la comida se acabase, los animales se devorasen entre ellos y toda la familia de Noé lo odiase por el resto de su corta vida.

¡Pero gracias a Dios, sí había capitán! El arca no flotaba sin rumbo. Alguien con mucha más experiencia la guiaba a través del único y gigantesco mar. Aunque no tenía velas ni motor fuera de borda, ese capitán llevaba el arca a través de la corriente hacia el único lugar cercano adonde la tierra emergería de nuevo antes que en ningún otro lado. Ese capitán era Dios mismo.

Si Dios le hubiese dado un timón a Noé, él y sus hijos habrían pensado que podrían navegar y hubieran dado vueltas toda la vida.

Pero nadie conoce mejor que Dios nuestro destino y adonde quiere llevarnos. Nadie está mejor capacitado que él para timonear nuestra vida.

El mundo actual  está lleno de aguas tormentosas, peligrosos arrecifes a donde encallar, tiburones que nos quieren devorar y hasta témpanos asesinos que pueden destrozarnos y enviarnos a una muerte helada como la del Titanic. 

Y la mala noticia es que todo empeorará. Jesús no nos prometió un viaje sin peligros ni zozobras. El siempre nos dijo la verdad. Nos advirtió que en el mundo tendríamos aflicción. Pero también nos pidió que confiásemos en él, porque ya había vencido al mundo.

Es un capitán confiable. Tan confiable que hasta el mar le obedece y sirve a sus propósitos. El conoce la mejor ruta para llegar adonde quiere llevarnos y no hay destino mejor que el que él ha escogido para cada uno de nosotros. Desde que fuimos concebidos, venimos con una etiqueta divina que dice: “Para ser enviado a tal o cual lugar” y nunca seremos completamente felices o completos si no dejamos que el capitán nos conduzca hacia allá.

Hay asuntos de esta vida que podemos manejar y que debemos manejar, pero nuestra vida misma no está en nuestras manos. Hoy quizá estemos luchando en medio de ese mundo de aflicción del que Jesús hablaba: Perdimos el trabajo, nuestros hijos se rebelaron y van camino a un abismo, nuestro familiar amado está perdiendo la batalla contra una enfermedad asesina o descubrimos que la persona que más amamos ha regalado su corazón a un extraño. Esas y miles de “aflicciones” más nos han metido en medio de un torbellino en medio de un mar oscuro y sentimos que hemos perdido el control. 
Justo cuando pensábamos que podíamos caminar sobre el agua, las olas nos atemorizaron y nos empezamos a hundir  y allí nos dimos cuenta que no sabíamos timonear nada y en nuestra agonía, como Pedro gritamos  desesperados“¡Señor sálvame!”

Y el capitán,  ahí mismo nos tenderá la mano, sin dejar de recordarnos que no debemos dudar de él y de su capacidad para sacarnos de la tormenta.

La voluntad de Dios es única para cada uno de nosotros. Somos millones de barcos de todos los tamaños y colores y cada uno va a una dirección específica pero todos tienen el mismo capitán: Dios.

No desesperemos. No dejemos que las olas nos intimiden. Pongamos la vista en Dios y entreguémosle completamente el timón de nuestra vida y como Noé, sigamos las instrucciones al pie de la letra. Porque este capitán no solo tiene el poder de timonear , sino que es el único al que el mar le obedece por completo y es el único que puede ver todo el tiempo la tierra prometida para cada uno de nosotros. Un lugar en medio de las aflicciones donde Él hace fluir leche y miel por su Voluntad que siempre es buena, es agradable y es perfecta.


                                             
                                                      Mar adentro...

PABLO MONLEZUN



REFERENCIAS BIBLICAS:
 GÉNESIS 6
JUAN 16
MATEO 14
JEREMÍAS 29
DEUTERONOMIO 31
ROMANOS 12


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martes, 17 de junio de 2014

EL PEZ OPORTUNO

Si hicieron alguna vez hacer un viaje mar adentro, sabrán de lo que les voy a hablar. Todo pescador o marino lo sabe muy bien. El océano es inmenso y majestuoso. Aún los transatlánticos más grandes o los portaaviones militares más largos son como una pulga en medio de hectáreas de campo.  El océano también es profundo.  Mar adentro, el lecho marino se hunde hasta kilómetros por debajo de la superficie. Esas son aguas muy frías y corrientosas. Y cuando una tormenta se desata, es como si la naturaleza nos quisiera dar una probadita de su poder: olas de veinte metros que sacuden los buques cargueros como una nuez, vientos huracanados que arrebatan el mar, amenazando a los marinos con una muerte fría y solitaria en el fondo, adonde todo es oscuridad y silencio.

Muchos yacemos en el fondo del mar como el Titanic: una vez majestuosos y con propósito, pero víctimas del orgullo, derribados por la misma naturaleza que fuimos destinados a domar.

¿Qué tan bajo podemos caer? ¿Qué tan lejos podemos alejarnos de Dios? Y no estoy hablando de aquellos que no le conocen ni que adoran ídolos o son asesinos seriales. Estoy hablando de aquellos que somos salvos por fe, que oímos su voz, que leemos su palabra y la compartímos con los dones que hemos recibido.

La pregunta suena estúpida en ese contexto ¿No? Digo ¿Cómo alejarnos de Dios si hacemos todo lo anterior? ¿Cómo está eso de “caer”?

Y sin embargo, aún haciendo todo esto, podemos acabar en un profundo hoyo de muerte.  Puede que al principio no lo notemos y la bajada sea casi imperceptible. Luego,  de alguna forma,  tomamos consciencia de que vamos deslizándonos cuesta abajo lentamente. 

Aún no cunde el pánico, pensamos, todavía tenemos tiempo de dar el salto a la superficie. Pero no nos damos cuenta que cada mala decisión que tomamos en el camino descendente, desencadena otra peor y estas se empiezan a suceder con demasiada velocidad. 

Súbitamente, el piso desaparece y caemos dando tumbos hacia un pozo que parece no tener fin y se traga la luz a nuestro alrededor  hasta que todo es oscuridad y ya no sabemos cómo salir y Dios se ha convertido en alguien tan lejano como la Luna.



Quizá Jonás se preguntaba lo mismo ¿Cómo un profeta del Dios altísimo había acabado en medio de una prisión de  pescado podrido y ácido intestinal? 

Tan solo unas horas antes, Dios lo había honrado con una misión especial de la que dependía la salvación y vida de toda una ciudad. Él era el único destinado a llamar a arrepentimiento a una ciudad perversa: Dios, en su misericordia, quería darle a Nínive la posibilidad de arrepentirse antes de destruirla como lo había hecho con Sodoma y Gomorra. 

Ahora Jonás no podía, aunque quisiera, advertirle nada a nadie porque se encontraba desde hacía tres días en el vientre de un pez, en el medio del mar, en lo profundo del océano, sin nadie cerca para que le rescate y sin ninguna persona que, francamente, quisiera rescatarlo.

Porque el problema era que Jonás, el profeta, el elegido de Dios, había decidido desobedecerle y no ir a Nínive. Una cosa trajo la otra. Una consecuencia desencadenó la siguiente y Jonás acabó muy lejos del objetivo de Dios para él y sin ninguna manera de escapar de su destino.

La misericordia de Dios es tan rica y extensa, que, a veces, corremos el riesgo de confundirla con Su voluntad. Esto nos sucede cuando hemos cambiado la relación con Dios por un monólogo repetitivo, seguido de una lista de supermercado que, hasta a veces, tenemos la osadía de reclamarle como si fueran premios que nos merecemos por ser los “espirituales del año”.

Y así vivimos una vida de errores que no podemos enfrentar porque no tenemos la perspectiva adecuada para identificarlos, porque se han vuelto parte de nuestra vida. En la penumbra de nuestro pobre cristianismo, nuestros defectos, nuestra rebeldía, nuestra idolatría se camuflagea entre las sombras y pensamos que todo está ok.  Por habernos alejado de la luz de la revelación de Dios, creemos que estamos bien, que navegamos con buen viento y que los ángeles nos aplauden al pasar, pero ignoramos que estamos dentro de una cavidad llena de podredumbre que ya va camino al fondo del mar.

Para cuando lo descubrimos, ya es tarde: hemos tocado fondo, adonde nadie puede alcanzarnos. Para cuando abrimos los ojos, nuestras transgresiones son tantas que no nos alcanza para pagar la cuenta y ya no hay quien ayude.

Jonás cayó en cuenta de eso un poco tarde. El tiempo en la coctelera ambulante que era el estómago del pez que se lo tragó le sirvió para darse cuenta de su error. Claro, un tanto tarde, un tanto lejos. Sin embargo Jonás hizo lo que todo cristiano que se ha deslizado y ha acabado en medio de un gran problema debe hacer: clamó a Dios y se arrepintió.  Seguramente no tenía la esperanza de regresar a su trabajo como profeta, pero al menos, Jonás decidió hacer las cosas bien antes de morir adentro de ese pez. Solo escuchaba su voz en medio de los gases del animal, pero Jonás si sabía algo que ninguno de nosotros debe olvidar jamás: Dios nos oye, estemos adonde estemos. 

No podemos alejarnos lo suficiente ni escondernos de Su presencia. Dios siempre está al alcance de nuestra voz.  Después de haberse arrepentido  delante de Su Creador, para su sorpresa, Jonás fue vomitado a la playa.  Quizá el camino descendente fue más largo y penoso, pero Dios le rescató de inmediato y lo volvió a comisionar sin preguntas ni reproches. Jonás aprendió la lección y todo Nínive se arrepintió tras su advertencia.

Ahora, en toda esta historia, se nos está escapando algo muy importante. Se nos está escapando una perla muy preciosa, una luz que nos llama a salir de la oscuridad, porque nos recuerda el amor insondable de Dios. Se nos está escapando…el pez oportuno.

Si el océano es peligroso en un día soleado y despejado, imagínenlo en medio de una tormenta fuertísima que es capaz de destruir barcos y hundirlos.

Cuando los marineros del barco en que iba Jonás supieron que todo lo que les estaba pasando era por él, decidieron arrojarlo al mar para no morir por culpa de su rebeldía.

Así que Jonás cayó en medio del mar Mediterráneo, en medio de una tormenta embravecida, sin bote ni salvavidas, en medio del agua fría, sobre una profundidad media de un kilómetro y media hasta el fondo.

Jonás iba a morir en un par de minutos. Él lo sabía, los marinos que lo arrojaron lo sabían y Dios, claro, lo sabía, así que envió un pez muy oportuno que se tragó a Jonás de inmediato. Quitando el olor a pescado podrido, Jonás cambió el mar helado por el vientre tibio del pez. Aunque no se había arrepentido, aunque no había pedido ayuda, Dios igual fue en su auxilio.



Porque  Dios siempre puede liberarnos. El salmo dice que “Él es quien nos rescata del hoyo profundo” Mientras hay vida, podemos aprender, podemos arrepentirnos y podemos emerger hacia la luz y ser restaurados para cumplir el propósito para el que fuimos creados y salvados.
Enfrentar nuestra situación olerá mal al principio, pero todo se limpia y nada mejor que la sangre de Jesús para una limpieza total. Porque siempre es  mejor oler a vómito pero estar  a cuentas con Dios que dormir en nuestra rebeldía sin darnos cuenta que vamos camino a la muerte.

Si hoy estamos en ese hoyo o si vamos camino a él, clamemos arrepentidos como Jonás:

"Pero Tú Señor, Dio mío,
me sacaste vivo de la fosa.
Al sentir que se me iba la vida,
me acordé del Señor
y mi oración llegó hasta tí,
en tu santo templo.
Los que adoran ídolos inútiles
han dejado tu fiel amor;
pero yo con gratitud te alabaré
y ofreceré sacrificios.
Cumpliré la promesa que te hice.
¡La salvación viene del SEÑOR!

Y Dios enviará el pez oportuno por nosotros. Porque en su infinito amor, aún antes que errásemos, Ël ya lo había agendado para nosotros en una cruz. 



                                                     Mmm, creo que debo madurar...

PABLO MONLEZUN


REFERENCIAS BIBLICAS:
JONÁS
JUAN 3
SALMO 103
HEBREOS 4
SALMO 121

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